Nuestro lenguaje es como un ser vivo. O al menos, se parece mucho. Porque no para quieto. La lengua cambia y cambia sin parar por diversos motivos. Y uno de ellos es porque es un reflejo de la realidad. ¿Y cuál es ahora la realidad? Por desgracia, el coronavirus de las narices. Podemos decir que nuestra lengua también se ha contagiado con el coronavirus. Pero en su caso ni enferma ni muere, sino que se enriquece. ¡Qué suerte! Hoy contamos con la colaboración de nuestro experto lingüista, Jesús Tantivo, para que nos explique cómo nuestro idioma se ha enriquecido con esto del coronavirus.
– Hola Jesús. Oye, explícanos eso que hemos dicho de que la lengua está viva, o que al menos lo parece, y que se ha contagiado del coronavirus.
– Lo que quiere decir es que la lengua responde con mucha facilidad a lo que está pasando en nuestras vidas: recupera palabras que ya casi no se usaban, inventa palabras nuevas o incuso adapta el significado de algunas ya existentes a la nueva realidad que vivimos. En este caso, a todo lo que nos pasa con el dichoso bichito.
– ¿Nos puedes poner algún ejemplo para que lo entendamos mejor, Jesús?
– ¡Claro! Palabras como pandemia, confinamiento o desescalada, por ejemplo, apenas las usábamos hace unos meses. Y ahora no paramos de repetirlas y repetirlas, que parecemos papagayos. Hay una página web muy chula, que enseña muchas cosas sobre lenguaje, y que estos días esta recogiendo algunas de estas palabras para explicar cómo usarlas correctamenten. Se llama Fundéu.
– ¿Y dices que también se pueden crear palabras nuevas?
– Sí, es lo que los lingüistas llaman neologismos. Por ejemplo: covidiota (el que no hace caso a las recomendaciones sanitarias), balconazi (el que, desde su balcón, insulta como un bruto a todo el mundo que sale a la calle sin saber si tiene o no causa justificada). O una que hemos inventado nosotros, colaboravirus (colaborar para entre todos acabar con el virus).
– ¿Y algunas palabras incluso cambian de significado?
– Sí. Fíjate en cuarentena.
– No paro de fijarme en ella, pero no veo nada de nada.
– Yo te lo explico. En su origen, designaba a un periodo de tiempo de cuarenta días. Por eso es cuarent-ena.
– ¡Es verdad! ¿Y qué le paso?
– Parece que se creó haciendo referencia a los cuarenta días que, según cuenta la Biblia, pasó Jesús – tú no, el otro – , aislado en el desierto. Luego se fue adaptando para emplearla referida al tiempo de aislamiento que requerían algunas enfermedades contagiosas, como la peste. O ahora el bichito este, que dicen que necesita de catorce días, en vez de cuarenta.
– ¡Qué curioso! ¿Y todo lo que se está poniendo de moda son palabras, o pueden ser también expresiones?
– Expresiones hay muchas, como “estado de alarma”, “distanciamiento social”, “nueva normalidad”, o “inmunidad de rebaño”, que viene del inglés.
– ¿El rebaño?
– No, la expresión. También palabras compuestas, como teletrabajo, videollamada o el propio coronavirus de las narices.
– O incluso siglas.
– Sí, como PCR, que son los test que se utilizan para saber si uno tiene el dichoso bichito; o el ERTE, la medida que se ha tomado para que las empresas no tengan que despedir a sus trabajadores.
– ¡Cómo molan!
– Y luego, como nuestro idioma se habla también en muchos países de Latinoamérica, hay casos curiosos, como el de los distintos nombres que se le da a la mascarilla en diferentes lugares: barbijo, cubreboca o tapaboca.
– ¡Casi que me gustan más!
– A mí también.
– Además, casi todas las plabras nuevas son bastante fáciles de entender.
– Si, hay algunas más complicadas. Pero mola aprovechar este momento para aprenderlas. Por ejemplo zoonosis, que es el paso de una enfermedad de animales a hombres. Es lo que ha pasado con el coronavirus.
– Esa es más complicadilla, sí.
– Bah. A mi ya no se me escapa una, Me las sé todas. Incluso el animal ese, del que dicen que puede venir el coronavirus… ¿cómo se llama?
– ¿No dices que te las sabes todas, Jesús?
– Es que no me acuerdo ahora….
– ¿El murciélago?
– No, no, el otro. El… ¡pikolín!
– Pikolín es una marca de colchones, Jesús. Será el pangolín.
– Eso, eso. El pangolín. ¡Ya no se me olvida!